Ese
señor que lleva la 10 en su espalda está sentado en el trono real
ante todos. Despliega su habilidad ante sus súbditos y exhibe la
potestad de polemizar y minimizar a cualquier enemigo. Es un
auténtico rey. Aquel al que gobiernan a sus espaldas, pero siempre
tiene el punto final con algún destello que resuena de su despliegue
en una simple cancha de fútbol. La pelota persigue a Riquelme,
deseosa de ser calmada de cualquier capricho.
Así
como si nada se despidió de su reinado ante unos cuantos que no lo
quieren en la cima. Pero, él nunca abandonó el barco que hace a
todo su pueblo feliz, el que se demuestra pisando un balón en el
césped. Volvió a su lugar de origen, a ese que lo vio nacer y que
le brindó las enseñanzas que lo convirtieron en el auténtico
caballero del fútbol. Quizás lo soñó, quizás no, pero sólo fue
cuestión de segundos para que se suba a su caballo real y que
termine con las vicisitudes que arrastraba su llegada. Sólo bastó
con un control y un disparo elegante para silenciar a cualquier
ruidoso.
Se
coronó y lo hizo solo, como siempre. No necesitó un trono, ni
alguien que lo aclamara. A Román le alcanzó con mostrar un poco de
su fútbol para que su gente se siga enamorando de él. No existe
manera posible que, dentro del rectángulo que tiene a veintidós
tipos corriendo detrás de un esférico, alguien pueda negarse a su
gobierno, a su manera de dibujar una flor en un terreno pantanoso y
podrido.
Allá
quedarán ellos con sus problemas e inquietudes. Por querer
arrebatarle el poder a un hombre que no necesita corona para ser rey.
Por intentar borrarlo de la cúspide a quien posee la herramienta
elemental que compone al juego y que sabe controlarla a merced. El
“Torero” entiende todo y no hay animal que pueda atacar su magia.
Mientras ellos se muerden los labios de la bronca, él sigue haciendo
reir.
Por: Ignacio Rovito. @NachoRovito. OlfatoDeGol
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