lunes, 14 de julio de 2014

Yo elijo volver a soñar

Llegó la hora de mi descargo. Cuesta escribir en un momento así en el que uno se le cae todo lo que vivió en un mes. Vine pensando esta nota desde que pasamos a la final y lamentablemente Götze me privó de hacerla de la manera que más quería. Los sentimientos son desencontrados. Es inevitable el dolor, la tristeza, la amargura. Ser de ese 47 por ciento que decían los medios que todavía no vio a la Argentina salir campeón. Y vaya que lo tuvimos cerca.
Es difícil recordar todo lo que pasó teniendo tan cerca la derrota. La historia todos la saben. Llegamos al Mundial con expectativas desequilibradas como el equipo que todos pensábamos. Apostamos a que "los cuatro fantásticos" hicieran una de súper-héroes, pero al final todo cambió y los caudillos del fondo nos fueron llevando de a poco al epílogo. Estuvimos tan cerca que ni me lo creo.
Después de que Maxi metió ese penal sufrido en las semis con Holanda se mi vinieron muchos recuerdos a la cabeza. Lo primero fue mi vieja recordándome que yo cuando apenas empecé a hablar era todo una rareza; mi primer palabra fue "gol". Después me vi sentado enfrente de una vieja Sony de 20 pulgadas mirando por milésima vez el VHS de Francia 98, con apenas cuatro o cinco años y aprendiendo el nombre de algún que otro futbolista como Suker, aunque siempre quedándome y repitiendo la misma imagen de Roa sacándole el penal a Batty y metiéndonos en cuartos de final, dejando otra vez sin nada a los ingleses. En Corea-Japón con ya más conciencia, me acordé del gol de Crespo contra los suecos que no alcanzó y mi viejo diciéndome a las 3 de la madrugada: "Ya está hijo, vamos a dormir." Ya de más grande y en pleno fútbol infantil, estaba en una nube con ese equipo de Pekerman del 2006. Todavía me quedan secuelas de esas lágrimas incontenibles con mis compañeros del primario cuando el papelito de Lehmann indicó que Cambiasso la tiraba a su izquierda. Después, llegó el 2010, había dejado el fútbol con todo lo que eso representa y Sudáfrica aparecía quizás con el Diego y Lionel como una esperanza renovadora. Pero los alemanes nos dieron una clase y a esperar otros cuatro años.
Y llegó el 2014. Desde junio del 2013 hasta enero de este año me metí en cada uno de los sorteos de la FIFA para ver si existía la posibilidad de cumplir ese sueño de estar en un Mundial. Albúmes completos, colecciones enterass de DVD, hasta presentaciones de Power Point y miles de otras cosas que muestran mi enfermedad sobre esta cita se me pasaban por la cabeza. En abril, así como llegado del cielo, llegó la aprobación de la entrada con Bosnia. Un momento que no voy a olvidar nunca.
Conseguimos la de Irán. Ya estaba todo listo para ir, pero mi viejo tenía una para decirme antes de partir: "Tranquilo pa, nosotros vamos a Brasil y Argentina va a estar en la final." Fuimos al Maracaná, ahí donde estuvo Argentina un mes después, llorando ante las estrofas de nuestro increíble himno y sintiendo el orgullo de ser argentino. Después fuimos testigos del golazo de Lionel en el Mineirao -donde después ellos se comieron 7- y una vez más el desahogo y la emoción se hicieron presentes.
Y ahora después de la final parece que todo ese sueño quedó roto. Quedó roto por ese rodillazo que nos demuestra que otra vez nos pueden poner la mano en el bolsillo cuando quieren. Quedó roto porque soñé con ver al 10 metiendo el gol de la victoria y salió por centímetros. Quedó roto porque creí en el milagro, porque estuve ahí y no se puede explicar lo que ama uno a su país cuando está en un Mundial. Y ahora entre lágrimas vuelvo a verme ahí sentado mirando el VHS de Francia. Vuelvo a verme sonreir. Vuelvo a soñar. Vuelvo a creer en vos Argentina. Vuelvo a vivir estos cuatro largos años que vienen, esperando volver a verte.

Por: Ignacio Rovito. @NachoRovito. OlfatoDeGol.

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